La historia del activista queer de origen palestino Murad Odeh (@muradodehh en Instagram) refleja la cara más olvidada del proceso migratorio. La de los hijos de migrantes que tienen que compaginar el legado cultural de sus padres con la reivindicación de una identidad propia. Un difícil proceso que muchas veces entra en conflicto con la identidad del país de origen, y la incomprensión de la sociedad del país de acogida.
Construirse en los márgenes de dos culturas
Nacido en el seno de una familia de la diáspora palestina expulsada tras la guerra del 67, Murad llegó a España desde Bagdad con solo dos años. Desde entonces, ha permanecido en España donde se ha criado desde pequeño.
Desde temprana edad mantuvo en estrecho contacto con sus raíces palestinas, como parte de esa transmisión de la idea de “resistencia”. Una idea muy presente en las sociedades palestinas, incluso en la diáspora, explica. “Como respuesta a los intentos de la ocupación israelí de borrado y reducirlo a la mínima expresión”. “Entonces, aquí en España, mi familia siempre se ocupó mucho de que yo aprendiese de dónde vengo”.
Este fuerte peso de la identidad palestina generó importantes conflictos con el desarrollo de su propia identidad, especialmente durante la adolescencia cuando comenzó a cuestionarse su sexualidad. “Fue una crisis muy grande porque no era capaz de entender a qué grupo pertenecía”, afirma.
“Por un lado, me sentía excluido de la identidad palestina porque entendía que ser gay te excluía totalmente de ser palestino. Y por otro, me sentía completamente excluido de la identidad española porque mis tradiciones eran muy diferentes a las de mis compañeros”.
Este tipo de conflictos es muy frecuente entre los hijos de emigrantes que viven en terceros países, afirma. En su caso, el rechazo de su familia conservadora, que le llegó a echar de casa con tan solo 16 años, le llevó a desarrollar una depresión, e incluso al punto de pensar en el suicidio, reconoce. “Para una persona de 15 o 16 años es muy complicado que sepa desarrollar su propia personalidad, o entender que a pesar de que sus rasgos no encajen dentro de unos códigos culturales, tiene la valía para ser digno y pertenecer al grupo que escoja”.
El reto de crear referentes de una identidad “invisible”
En el imaginario colectivo, ser árabe y pertenecer al colectivo LGBTI siguen viéndose como identidades opuestas. En los países árabes, esta realidad se niega e invisibiliza sistemáticamente. En las sociedades occidentales, quienes las encarnan se enfrentan a barreras de incomprensión y exclusión.
Uno de los principales problemas a los que se enfrentó Murad durante su difícil proceso de desarrollo identitario fue la falta de referentes árabes queer. “Hay una narrativa que intenta invisibilizar todo lo queer, todo lo árabe, todo lo gay”, afirma. La falta de referentes en el mundo árabe y la cultura islámica profundizan el sentimiento de aislamiento y rechazo. “Si no te hablan de nada de eso, tú crees que no existen y que no tienes lugar en ello, porque ni siquiera formas partes de sus definiciones básicas”, añade.
A esta problemática se le añade la consideración de que todo lo relacionado con la identidad queer es una “especie de imperialismo occidental”. “Mis padres siempre pensaron que yo era gay porque vinieron a España y la cultura occidental me comió la cabeza”.
Precisamente por ello, Murad destaca la importancia de construir referentes árabes queer que permitan desmontar esta visión desde dentro. “Estos referentes son muy necesarios, primero para ir luchando contra la homofobia de las sociedades árabes, y segundo, para que las personas del colectivo puedan vernos y sentirse más acogidos y abrazados”, señala.
La existencia de estos referentes propios se presenta clave para que las sociedades árabes y musulmanas tomen conciencia de una realidad que ha estado presente “desde toda la vida”, recalca. A través de sus investigaciones, Murad ha conseguido encontrar referencias a estas personas queer en la música, la literatura árabe, e incluso dentro del islam, detalla. “Las personas queer árabes existen, y hay un enorme desconocimiento sobre su existencia en los países árabes”.
La mirada sesgada de occidente ante la realidad árabe queer
A la invisibilidad y rechazo que se encuentran las personas queer en los países árabes, se le suma la exclusión y la incomprensión de los países occidentales.
Ser del colectivo LGBTI en occidente está asociado a encajar con una serie de definiciones y límites, señala Murad. “Si no eres blanco, de un estatus concreto, y con una serie de rasgos, es como si no pertenecieras al colectivo o fueras digno de serlo del todo”.
Así mismo, las personas racializadas, y en especial las religiosas, también quedan excluidas e invisibilizadas dentro de esta definición, añade: “La confluencia de estas dos narrativas al final hace que pierdas el sentido de vida. El que no entiendas tu lugar en el mundo y que tengas una crisis enorme”.
Al sesgo dentro del propio colectivo se le añade el cuestionable enfoque con el que las sociedades europeas abordan la situación de las personas queer en los países árabes. Para Murad, existe una visión muy estereotipada y sensacionalista que hace ver a esta comunidad como meras víctimas. Personas marginadas y perseguidas que “son lanzadas desde lo alto de edificios”.
“¿Esa imagen tan extrema existe? Por supuesto, y está en algunos puntos. Pero es el 1% de una realidad mucho más amplia”, recalca. “Hay familias que aceptan a sus hijos y hay familias abiertamente homosexuales, solo que ahora mismo todo se vive más en el ámbito privado”.
Sin embargo, su principal crítica se dirige al uso de criterios puramente occidentales para medir a las sociedades árabes. “Que en el Líbano o en Palestina no haya un praid, no quiere decir que sean unos retrógrados, y que el nivel de aceptación sea el mismo que en Afganistán o Irán”, declara.
Así mismo, defiende la necesidad de contextualizar las condiciones de cada país para comprender la situación del colectivo en estos lugares. “No todo está simplificado a la religión y el islam. En la mayoría de países árabes el retraso en la consecución de derechos es por las dictaduras y autocracias que tienen”.
Respecto a la situación de la comunidad en Palestina, esta se encuentra indudablemente condicionada por la ocupación israelí, comenta. “La incapacidad de desarrollo económico, social, político, y el exclusivo enfoque de la sociedad en sobrevivir, impide que haya un desarrollo en este ámbito”. A pesar de esta compleja situación, Murad comenta los avances que observó durante su última visita a Palestina hace dos años. “En Cisjordania y en Palestina encontré muchos grupos de personas del colectivo queer que se reunían en espacios concretos con medida de seguridad muy férreas. Pero si tu entras, puedes conocer a gente, abrirte y pasártelo bien”.
La importancia del respaldo de la comunidad queer
La invisibilización de la comunidad marcó profundamente el desarrollo identitario de Murad. Durante años, el desconocimiento de su propia existencia condicionó su crecimiento personal. Un impacto cuyas secuelas aún perduran.
“Hay heridas que nunca van a sanar. Porque cuando creces y tienes un desarrollo psicológico, físico, de personalidad e identitario, creyendo que eres un error, que no encajas en ningún sitio, descodificar eso en la adultez es prácticamente imposible”.
El privilegio de poder acceder a un apoyo psicológico se muestra clave en su proceso de sanación. Sin embargo, reconoce el sufrimiento de todos aquellos que estén pasando por el mismo proceso sin acceso a este tipo de servicios.
Su papel como activista le ha abierto también una nueva vía para sanar: conectar con otros, compartir vivencias y reconocerse en los demás. “Cuando viajé a Palestina hace dos años y conocí a gays palestinos fue el momento más bonito de mi vida”, recuerda con emoción. “Por primera vez me sentí en familia, sentí que pertenecía a un grupo”.

