Apenas 800 kilómetros separan a la India de completar la construcción de la valla fronteriza más larga del mundo en su frontera con Bangladesh
Una vez terminada, la frontera India-Bangladesh tendrá el cuestionable honor de acoger la valla fronteriza más larga del mundo. Únicamente superada por la Gran Muralla China, el cercado será 4 veces superior al tramo de muro existente entre Estados Unidos y México, y 2 veces superior al muro del Sáhara Occidental levantado por Marruecos. Sin embargo, la construcción de esta valla pretende obviar una sólida realidad histórica modificada por la arbitrariedad del colonialismo.
A inicios de febrero de 2025 el Ministro del Interior de la India, Nityanand Rai, confirmaba haberse completado el vallado de casi el 80% de los más de 4000 kilómetros de frontera que comparten con Bangladesh. En palabras del ministro, el objetivo es “garantizar la seguridad de la frontera” y “enfrentar los retos provenientes de actividades criminales como el contrabando, el movimiento de criminales y la trata de personas”.
La historia colonial detrás de la frontera entre India y Bangladesh
En agosto de 1947 el Reino Unido ponía fin a más de dos siglos de dominio colonial sobre el subcontinente indio. En vísperas de la independencia y como respuesta a la creciente tensión entre la minoría musulmana y la mayoría hindú, el gobierno británico, en su intento por evitar una salida engorrosa de la India, aceptaba la partición del subcontinente en dos Estados; uno para la minoría musulmana, y otro para la mayoría hindú.
El proceso de partición implicó el desplazamiento de hasta 15 millones de personas hacia las nuevas fronteras en lo que se convirtió en el éxodo más grande de la historia. En total, hasta 2 millones de personas murieron bajo un clima de violencia extrema que dio como resultado el nacimiento de las actuales India y Pakistán. Dos superpotencias demográficas -y actualmente nucleares- cuyas relaciones nacieron envenenadas a raíz de este traumático proceso de independencia y cuya rivalidad se mantiene hasta nuestros días.
Una división arbitraria que “partió” pueblos en dos
De la noche a la mañana, una frontera dibujada sobre el papel dividió comunidades que durante siglos habían convivido unidas a pesar de las diferencias religiosas. Este fue el caso de la comunidad Sij en la región occidental del Punyab, -ahora atravesada por la militarizada frontera indo-pakistaní- y de la histórica región de Bengala. Durante siglos esta región se mantuvo como un destacado centro de comercio, cultura y poder del Sur de Asia. Hogar de imperios budistas, hindúes y musulmanes, durante el dominio británico se configuró como uno de los grandes centros económicos de la India, así como en un sólido foco de resistencia anticolonial.
Con la partición, la milenaria región de Bengala quedó dividida entre el Estado indio de Bengala Occidental, y Pakistán Oriental -que tras una cruenta guerra de independencia en 1971 pasaría a formar la actual Bangladesh. Si bien la ayuda de la India resultó clave para la independencia bangladesí, los problemas fronterizos heredados de la partición se mantuvieron durante décadas con frecuentes escaramuzas y enfrentamientos transfronterizos.
El complejo trazado fronterizo con Bangladesh
Como resultado, la frontera indo-bangladesí albergó durante décadas curiosos accidentes geopolíticos como el único ejemplo de enclave de tercer grado del mundo; el enclave indio de Dahala Khagrabari. Este diminuto pedazo de la India se mantuvo durante casi medio siglo encerrado dentro de un enclave bangladeshí, ubicado a su vez dentro de un enclave indio, dentro de Bangladesh. Fenómenos tan llamativos como este formaron parte de la compleja delimitación fronteriza entre ambos países durante décadas hasta el acuerdo de intercambio de territorios de 2015.
Mediante este acuerdo se puso fin a la anómala situación en la que se encontraban las hasta 50 mil personas atrapadas en estos enclaves. Una población sin acceso a servicios básicos y con importantes restricciones de movimiento, viéndose obligada a convivir diariamente con la dura realidad de los múltiples controles fronterizos. Si bien el arreglo territorial supuso un hito en las relaciones indo-bangladesíes, la situación del resto de la frontera ha evolucionado hacia la securitización y la militarización por parte de la India.
“El muro de la vergüenza”
Desde 1986 el gobierno de la India ha venido levantando el que se conoce en la prensa de Bangladesh como “el muro de la vergüenza”. En realidad, se trata de un cercado construido con el objetivo inicial de frenar la inmigración ilegal desde Bangladesh hacia los Estados del noroeste de la India. Sin embargo, en la actualidad se erige como un verdadero muro que limita no solo la entrada de inmigrantes, sino cualquier tipo de movimiento transfronterizo incluyendo el comercio.
Desde el gobierno de Dacá se ha denunciado en numerosas ocasiones la ilegalidad del cercado en virtud del acuerdo firmado con la India en 1975, que prohíbe construir estructuras defensivas a menos de 45 metros de la demarcación fronteriza.
“Estas actividades, particularmente los intentos no autorizados de construir cercas de alambre de púas y las acciones operativas relacionadas por parte de las BSF (Guardia fronteriza de la India), han causado tensiones y disturbios en la frontera”, declaraba el Secretario de Exteriores bangladesí a inicios de enero.
A pesar de ello, la valla no ha hecho más que modernizarse en las últimas décadas contando con cercas metálicas de 3 metros de altura, torretas de vigilancia, y en algunos sectores electrificada con sistemas de control electrónicos. De esta manera, los más de 175 millones de bangladesíes se enfrentan al reto de vivir en un país casi completamente encerrado entre la India y las aguas del Golfo de Bengala.
El impacto de la valla fronteriza en las comunidades bengalíes
Más allá de las disputas políticas, la construcción del cercado ha provocado serias disrupciones en la vida de las comunidades más cercanas a la frontera especialmente dependientes del comercio. Uno de los objetivos declarados de este proyecto es frenar el tráfico y el contrabando de productos procedentes desde ambos lados de la frontera. Sin embargo, en la práctica esta medida ha impulsado aún más las prácticas contrabandistas, ahora previo pago de sobornos a los guardas fronterizos, así como el riesgo para las decenas de miles de personas que mantienen esta práctica como medio de subsistencia. Todo ello bajo un clima de creciente violencia y hostigamiento por parte de los militares de la India sobre los que pesan numerosas denuncias por abusos, torturas, asesinatos extrajudiciales y trato degradante a la población local de ambos países.
Pero la construcción de esta valla obvia la realidad de una región cuyas comunidades han convivido durante milenios como un único pueblo a pesar de las diferencias religiosas o políticas. El pueblo bengalí de ambos lados de la frontera, con una población estimada de 270 millones de personas, comparte una lengua, historia y cultura comunes que luchan por prevalecer por encima del legado disruptivo del colonialismo europeo ,y las políticas disruptivas del gobierno ultranacionalista hindú de Narendra Modi.

